Que nos registren,por David Trueba

Ahora que está en tela de juicio el fomento de los trenes de alta velocidad, con estudios que cuestionan su rentabilidad, no está de más recordar que una particularidad de estas líneas ferroviarias es que cada presidente lograba llevarlas hasta su lugar de nacimiento, en un brindis por su patria chica. Una sociedad desarrollada se puede permitir debatir sobre el modelo de infraestructuras que mejor se le acomoda. El paternalismo, fuertemente anclado en la tradición de identificar a los jefes de Estado con papás, da como resultado una nación sujeta a un análisis freudiano bastante barato. Del AVE se enjuicia lo que tiene de fomento de desigualdad entre el pasajero habitual y el que se permite ese lujo solo en ocasiones. Dinamizador de sectores como el turístico, nadie ignora que respondía a electoralismo de gran eficacia. Lo malo del debate es que, a poco que nos esforcemos, el tren de alta velocidad acabará siendo como el aborto, un argumento para hacer política en la recta final antes de las elecciones y sacudir el arbolito de los votantes fieles.

Pero, prolongando esa figura del presidente apegado a su terruño, se ha consumado por fin el guiño corporativo de Mariano Rajoy hacia su profesión civil. Los registradores de la propiedad recibirán cuatro millones de euros del erario público para que sigan haciendo la gestión, por ejemplo, de los expedientes de nacionalidad. A esto hay que sumarle la creación de nuevos aranceles y gestiones forzosas y de pago para los ciudadanos en el Registro. La privatización del Registro Civil ha sido consumada con esa manera de estropiciar lo público tan de aquí.

El espectador no acaba de saber muy bien si este viraje respondía a intereses generales, pero se ha quedado con la desagradable casualidad de que un registrador sea presidente cuando se legisla en su favor. A la espera de un presidente cantante de zarzuela que vuelva a renovar el género chico, todo tiene la apariencia de un dislate interesado. En política importa mucho la sonoridad de la legislación, su música para los oídos de profanos, algo así como la fotogenia de los decretos. Y este asoma feo y costoso para los ciudadanos, que cada vez llevan peor saber que existir burocráticamente se está convirtiendo en un lujo caro.

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